EN un libro de divulgación sobre la Edad Media alemana se encuentra una noticia que alegrará a los apesadumbrados por la baja tasa de natalidad. La cosa va de lúpulo, planta que se usa para elaborar la cerveza.
El caso es que los documentos que acreditan su cultivo se refieren a monasterios y obispados, lo que pide preguntarse por el motivo. La respuesta no puede ser más curiosa: en aquel entonces creían los estudiados que el lúpulo contenía una sustancia inhibidora del impulso sexual, virtud que según reza la fama no hace mucho se atribuyó en nuestros cuarteles al bromuro. Dejémoslo así.
Felicítense los cultivadores de lúpulo de que la ciencia haya probado que la lupulina no sirve de anafrodisíaco, porque de lo contrario los escuadrones provida los coserían a denuncias. También las cerveceras y cervecerías, que despachan cada vez más barriles y cañas debido al precio del vino; y sobre todo los devotos de tan nutricia bebida que estén en modo de engendrar hijos para el paro. Viene a cuento aquí notar que la cerveza posee erotizantes visuales como el color rubio y la espuma, la cual se asocia con el nacimiento de la diosa pagana Venus llamada que invita a judíos y cristianos al gozo de cumplir la orden de Yahweh de poblar la tierra. Además, lleva alcohol bastante para aguijonear el deseo sin estorbar su realización.
Los únicos que no deberían catar la birra son los políticos, porque el lúpulo es una planta trepadora, y de lo que se bebe se cría. Que le den al humilde tintorro.
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